La pluralidad como punto de desencuentro y encuentro para la educación y la cultura
LA PLURALIDAD COMO PUNTO DE
DESENCUENTRO Y ENCUENTRO PARA LA EDUCACIÓN Y LA CULTURA
Emilia Fallas
Hay un camino en la ciudad. Uno que da
a todas partes y a ninguna. Las personas caminan todos los días y buscan
encuentros. Buscan mirarse en los
otros, pero no se encuentran. Abren sus
ojos y miran…hay formas con voces que dicen de todo: lo suficiente para no
entender algo. Siguen caminando… Avanzan… Siguen caminando y más se pierden entre
el paisaje de las calles de San José.
En medio de la multitud, en medio del
desencuentro: allá a lo lejos, subiendo Cuesta de Moras, con sus bastones y sonrientes,
caminan dos cómplices del encuentro.
Desde aquel día que Jerónimo Peor cerró sus ojos naturales y en
complicidad con don Félix[1], aprendió a encontrar a
todos y a todo en un acto sensorial; en medio de esa ciudad que ambos respiran
y que conocen desde sus sentidos y sin sus ojos.
Pareciera que, igual que Jerónimo Peor decide la forma para percibir la ciudad, la respuesta a la cultura y filosofía
posmoderna, cargada de pluralidad −entre encuentros y desencuentros−, tiene que ver con el
surgimiento de un despertar profundo de elementos sensoriales que permitan una
reflexión intensa de la sociedad. Significa un avivamiento de esa conciencia
social a través de una ósmosis entre el ser interno individual y el ser social.
Además, significa el encuentro con los otros; la necesidad de visibilización de “los otros” en medio de esas
calles citadinas que, para los ojos
naturales, y desde la parte alta de Cuesta de Moras, no es más que un paisaje
con una mancha oscura en un movimiento monótono. Todo apunta a un encuentro con
los otros.
La pluralidad entendida en el
encuentro vindica el respeto por la diversidad de pensamiento y los derechos de
la expresión y representación de todos en la búsqueda de soluciones o
respuestas sociales; y no vista solo en el desencuentro de ideas, como una plataforma para las luchas de poder
de los sectores. Esto significa que cada sujeto – y aún el pensamiento grupal− tienen
un espacio en la construcción social; no como un hilo conductor homogéneo, unificado o
totalizante, porque eso limitaría la expresión, la creatividad y la
potencialidad sin barreras del pensamiento humano.
La reflexión social no se basa en el
consenso de todos, sino en la apertura a múltiples posibilidades unidas dentro
de esa pluralidad, sin líneas de adoctrinamiento y, aún menos, de domesticación
social que paralizan el pensamiento. Debe ser vista, de manera contraria, en una dinámica que potencie el desarrollo y
la reflexión mediante el encuentro de
diversos modelos de pensamiento que buscan respuestas flexibles y adaptables a
la heterogeneidad de las situaciones que se viven en la sociedad posmoderna,
pero nunca en busca de verdades absolutas: eso limitaría el pensamiento humano
y el desarrollo social.
Ahora bien, si vemos la reflexión
social a partir de la percepción y la interacción sensorial entre el espacio
individual y el social dentro de esa pluralidad, ¿cómo rescatar la sensibilidad
hacia la sociedad sin caer en el sentimentalismo liviano? ¿Cómo no alinear la
conciencia social con los sentidos, desde una perspectiva de relación de tú a
tú y en complicidad con esa sociedad invisible? ¿Cómo hacer que los efectos de
la posmodernidad en el individualismo no permee y delimite la lectura de esa
pluralidad, como un elemento enriquecedor de la cultura de un pueblo? ¿Cómo
abordar social y culturalmente los íconos de una sociedad mercantil y material
de manera que no siga alterando los sistemas axiológicos en detrimento de una
sociedad como la costarricense, cuya esencia, aunque ya desmitificada, sigue
siendo los procesos democráticos?
Las respuestas parecieran ilusas e
ingenuas en la inmediatez posmoderna. Sin necesidad de grandes concepciones
filosóficas o teorizaciones, existe un asidero práctico para la generación de
conciencia en un abordaje desde la
misma pluralidad: el posicionamiento de
la cultura y la educación con su función social y generadora de identidad, a
partir de procesos más participativos y desde un abordaje más provocador de conciencia. En la reflexión filosófica de la cultura
posmoderna, hace falta menos discurso
retórico y más discurso pragmático reflejado en acciones concretas, que
impacten realmente a la sociedad.
No interesa aquí hacer un tratado del
estado de situación de la realidad y la filosofía posmoderna en medio. Tampoco,
las respuestas humanas, —en el sentido humanista— no pueden darse en
“recetas”, ni en solo discursos.
Interesa, cómo abordar esas características posmodernas que, a la postre
parecieran disvalores que van en un camino creciente e indetenible; de forma que la sociedad pueda aprovechar y
potenciar esa realidad que, de todas formas, ya existe, seguirá existiendo y no se puede
evitar u obviar.
Si bien es cierto, el abordaje
implicaría reflexionar y actuar sobre absolutamente todas las áreas de la
sociedad, tales como la economía, la gestión social e incluso ética, entre
muchas otras áreas. Vamos a concentrar nuestra reflexión en dos áreas
específicas que han bajado en el nivel de prioridades nacionales, o bien, ha
sido desvirtuada su función ideológica, social e identataria en la construcción
del esquema o modelo de desarrollo del
país: la generación de conciencia a partir de la educación y la cultura vistos como
generadores de conocimiento y procesos de construcción ideológica y social.
El sistema educativo, históricamente,
parece que ha buscado –al menos en teoría− un mismo camino: puntos de encuentro
ideológico y curricular hacia ciertos objetivos y contenidos. Sin embargo, en
la realidad del pleno siglo XXI, igual esa “línea” conceptual concurre y
recurre dentro de la pluralidad. Las
líneas orientadoras educativas parecen que se dispersan entre la difusión de
imágenes, alternativas divergentes y entre una gama de mundos construidos que
oscilan entre la multiculturalidad y la diversidad de pensamiento.
Por su parte, las manifestaciones
culturales y, dentro de ellas las
artísticas y literarias, igual se
diluyen entre la diversidad y la pluralidad y pareciera que son objeto de aprecio y contemplación de grupos
específicos (casi podríamos decir que de élites amantes, especialmente del
arte, y a veces, consumidores de arte). ¿Dónde está el arte y la cultura para
todos? ¿Dónde está la expresión cultural que cada costarricense que camina
todos los días por Cuesta de Moras y por los pueblos de Costa Rica pueda
percibir y respirar? ¿Qué se hizo el arte y la literatura generadora de
conciencias? ¿Qué se hizo la cultura amalgamada con la educación y la expresión
social?
Automáticamente, surge un panorama que
irreparablemente nos conduce al encuentro o desencuentro con el tipo de
modelo educativo, tipo de sociedad y modelo de desarrollo humano que aspiramos
los costarricenses; donde existe una
brecha creciente en la cual el pensamiento pareciera orientarse a modelos de
ejecución que responden a necesidades mercantiles y cada vez menos hacia una
lectura profunda del modelo integral que la sociedad requiere.
La pluralidad posmoderna, vista desde
otra perspectiva, lejos de generar ese
desencuentro permite la amplitud del pensamiento que se pone en la palestra
para ser potenciado. La educación y la cultura deben ir en busca y escuchar a esa pluralidad, pues ambos con su función
social, generadora de conocimiento y de conciencia -lejos de visiones reduccionistas−;
por el contrario, tienen la mayor materia prima para potenciar el
desarrollo humano: ambas tienen la
capacidad creadora de pensamiento, la capacidad de visibilizar el conocimiento
y la posibilidad de generar la capacidad concientizadora y creativa de la
sociedad. Ambas, quizás tienen el mejor recurso para potenciar el
pensamiento: a partir de ellas, los agentes sociales, sin importar la
diversidad social o económica, pueden ser sujetos activos que construyen,
interpretan y reconstruyen el discurso social y la visión de país.
En ese sentido, la cultura y la
educación en medio de la pluralidad posmoderna se convierten en un mosaico de posibilidades para la
construcción social, en la cual, difícilmente, un agente social puede actuar
con indiferencia, una vez que es consciente, pues el pensamiento y esa misma
construcción, parten de la complejidad de ese pensamiento y no de hilos conductores
conceptuales, consensuados por efectos domesticadores de la educación, sea esta
formal o no formal o de la cultura para élites.
Es así, como la cultura y la educación
deben de replantear su valor ético desde
esa realidad del pensamiento posmoderno, que como lo define Bermejo (2005), “lo
característico de una ética posmoderna será,
no sólo la aceptación de pluralidad de éticas (pluralidad externa), sino
también de una ética de la pluralidad
interna” (p. 165). Entonces, es de
esta forma como la cultura y la educación deben redefinirse desde el
pensamiento y la vida práctica con su pensamiento plural, donde estén
representadas todas las expresiones orientadas hacia el modelo de desarrollo,
pero sin invisibilizar las diversas perspectivas, como un efecto potenciador de
la conciencia que transforme la sociedad.
El pensamiento en la época actual posmoderna
no es un pensamiento solo filosófico, ni está disociado de otras disciplinas:
todas las áreas y propuestas se
colaboran entre sí para potenciar la construcción social y, especialmente, para
dar respuestas.
Así es como la educación y la cultura
ya no pueden circunscribirse a un esquema de pensamiento, y menos, al quehacer
institucionalizado únicamente, como un sistema aislado del resto de la
sociedad; pues las respuestas seguirán siendo ausentes o sin un impacto social.
Los abordajes de la cultura y la
educación deben incorporar variantes y elementos más provocadores para la
reflexión social. A su vez, deben ser integrales con la realidad y con la
visibilización de perspectivas de esa pluralidad y desde la participación
activa de los actores sociales: con la educación y la cultura en una relación
muy estrecha, pues ambos, cumplen casi la misma función sensibilizadora y
provocadora de conciencia, o al menos, eso es lo que debería ser.
Ahora bien, ¿cómo es posible potenciar
esos encuentros de perspectivas provocadoras de la conciencia? −Por supuesto, habría infinidad de puntos que
mencionar para ambos campos; sin embargo, quiero hacer una reflexión alrededor
de algunos abordajes específicos.
Primeramente, podríamos pensar en la
cultura desde los espacios de promoción cultural y desde la perspectiva de
desarrollo social.
En Costa Rica la cultura se
circunscribe a acciones específicas promocionales y generadas con muy pocos
recursos dirigidos a ciertos grupos, generalmente conocedores de disciplinas
artísticas específicas y quienes apoyan
esas iniciativas.
Pese a los esfuerzos en proyectos
relevantes que el Estado ha generado para llevar la cultura; así como
ciertas manifestaciones artísticas
(especialmente la música a través de programas) a más personas en las
comunidades, este sector está orientado a determinados grupos, pero aún con muy poco al acceso de toda la sociedad.
Asimismo, no se visualiza la cultura con
el efecto que encierra todo el quehacer y construcción de los pueblos. En otras
palabras, los espacios de participación activa son escasos todavía y sin la
magnitud y el impacto que pueden tener. Por
otra parte, es más difícil, aún, ver los
espacios de producción cultural que sean apoyados: esos –podríamos generalizar, con
algunas excepciones− solo surgen de los esfuerzos dificultosos que, quien produce arte o cultura pueda lograr con
muy poco apoyo (especialmente, teatro, arte pictórico, producción literaria,
entre otras).
Para que haya un impacto realmente sensibilizador
y conscientizador de la sociedad, la cultura debe estar al acceso de todos: sea
como espacio de reflexión activa de la sociedad, o bien, como espacios de
producción y gestión cultural.
El sector cultura, desde un enfoque
prospectivo de desarrollo humano, raramente es visto por el Estado costarricense
como un motor real y efectivo potenciador de esa conciencia que la sociedad
requiere para alcanzar mayores estándares de desarrollo humano –pese a que en
otros países, continentes y organismos internacionales son reiterativos en la
relevancia de la incorporación de la cultura como un eje de desarrollo humano−.
Existe muy poca visión de que un pueblo
culto, con acceso y posibilidades de ser
generador de cultura, llegará indiscutiblemente a ser una sociedad con mayor
impacto social e incluso económico; sin embargo, los indicadores culturales ni
siquiera se consideran dentro de las mediciones de desarrollo humano nacional,
o quizás, ciertos indicadores de cobertura que no impactan real y positivamente a la sociedad. Se puede decir
que la cultura se desencuentra entre la dispersión de los espacios y opciones
que ofrece para los efectos sensibilizadores y concientizadores que la sociedad debería tener; así se quedan
en muy pocos espacios institucionalizados.
La promoción cultural debe ser fuerte
para alcanzar los niveles de conciencia social y deben estar presentes en cada
pueblo y en cada espacio social y educativo, formal o no formal, que sea
posible; pero en la pluralidad
posmoderna, debe existir la apertura a que sean los mismos actores sociales
quienes generen la conciencia a partir de
sus propias construcciones, reflexiones y diversas perspectivas. Esto lejos de parecer un proceso entrópico, contrariamente, la riqueza de producción y perspectivas desde la misma sociedad
representa ese acceso justo y necesario para formar y educar a la sociedad,
mediante procesos sensibilizadores y conciliadores desde ellos mismos; o sea,
desde su mismo proceso conscientizante y conscientizador. Estos actores deben ser
“todos”: la sociedad civil, los grupos de poder y los grupos tradicionalmente excluidos;
de manera que “pongan en la mesa” sus perspectivas y percepciones: no para
discutir y, ni siquiera para llegar a acuerdos o verdades absolutas, sino para
dar respuestas que surgen de la potenciación del pensamiento de todos.
A partir de las manifestaciones
culturales, y en esa clara reflexión
social, se provoca una sociedad más consciente y que visibiliza sus necesidades
ante todos los sectores para dar una respuesta y construcción conjunta.
¿Utópico? −quizás−; sin embargo, es
imposible que los actores sociales sean indiferentes e insensibles a la
reflexión y al aprendizaje ante cualquier manifestación cultural y artística
–sea cualquiera la forma de expresión−, si esta es abierta a los distintos
sectores, y no solo a unos cuantos. No importa si la reflexión se logra en
muchos espacios y en un periodo a largo plazo, lo que importa es que esos
espacios sean cada vez más provocativos e incluyentes de todas las diversas
manifestaciones y perspectivas que nos lleven hacia ese encuentro social: las
manifestaciones culturales y artísticas como una alternativa de educación
social a partir de los puntos de
encuentro concientizadores y sensibilizadores de la realidad socio-histórica; por
lo tanto, deben ser manifestaciones para todos y desde todos.
Ese encuentro social, entonces, no es solo
responsabilidad de la estructura institucional del Estado, pues sus recursos y
alcance son limitados. Al Estado le corresponde un trabajo más rector y que
concilie las diversas perspectivas: apoyar y conjuntar todos los esfuerzos
desde esa pluralidad social.
Ahora bien, como segundo punto ¿qué
sucede con los desencuentros y encuentros a partir de la educación?
Igual que la cultura, la educación es
parte de esta sociedad que absorbe la pluralidad en la que viven los
estudiantes actuales, así como todos los elementos curriculares y operativos
del sector son igualmente permeados por esta característica, y quizás con más
desencuentros y brechas, pues históricamente el sector educativo ha pretendido
–en teoría− ser el punto de encuentro cognoscitivo y reflexivo de la sociedad y
del modelo de país que debería haber; sin embargo, la amplitud y pluralidad de
perspectivas externas con la que compite la educación en la sociedad actual
–que van desde aspectos tecnológicos, curriculares, de gestión, condiciones
socio-culturales y económicas que enfrentan los estudiantes, entre muchos
aspectos más−, hace que las brechas se acrecienten entre las necesidades
sociales y de los estudiantes con la oferta que el sector educación da a la
sociedad.
Igual que en el sector cultura –o
quizás más aún− la educación ya no puede circunscribirse a estructuras rígidas,
pensadas verticalmente. El proceso debe
invertirse: conocer cuál es la necesidad y perspectivas de los estudiantes y de
la sociedad, para que, por un lado el sistema dé una respuesta eficiente y
acorde con el medio y la pluralidad actual; y por otro lado, es imperante
aprovechar el potencial y experticia de los diferentes actores externos. Esto
significa que el sistema educativo debe reconocer su limitación e incapacidad
de reacción ante el aceleramiento tecnológico y la misma dinámica urgida y
apresurada de la vida actual¸ aunque esto no debe tampoco ser un punto
desconcertante o motivo de desmotivación. Por el contrario, el sector educativo
debe reconocer el potencial de los medios y espacios externos y visualizarlos
como entes que coadyuvan a las estructuras formales educativas.
Particularmente, veamos el caso
específico de la educación secundaria. ¿Qué respuesta institucionalizada está
dando el Estado, si el aprendizaje diario de ellos se adquiere mayormente
mediante mecanismos alternos como los medios de comunicación masiva y la
tecnología? Esta es una pregunta que se ha hecho en muchos espacios de
reflexión, pero aún las respuestas son escasas: el desencuentro y las brechas
metodológicas para la enseñanza se acrecientan.
Este es un fenómeno con el cual la estructura institucional ya no podrá
competir, pero sí llegar a puntos de encuentro con aliados externos, para no
desmejorar la calidad de la educación.
Igual que con la cultura, podríamos
hablar de infinidad de elementos de encuentro y desencuentro, pero interesa
aquí rescatar particularmente el establecimiento de alianzas estratégicas en
busca de un encuentro de perspectivas y fortalezas que poseen dos aliados
particulares: el medio editorial y los medios tecnológicos y de comunicación
masiva.
La realidad curricular del sistema
formal educativo, pese a que podríamos mencionar muchos desaciertos y también
aciertos y esfuerzos −que no vienen al caso en este espacio− es que, buenos o
malos, esos planteamientos se desencuentran al ser ejecutados. Esto significa
que, cuando sale “del papel del currículo escrito”, se diluye en la pluralidad
de perspectivas de cientos de docentes a
quienes solo les han dado líneas globales; pero mayor es el desencuentro cuando
se intercepta con la casi única opción de no contar con material didáctico de
calidad y deben recurrir a las
propuestas editoriales para la enseñanza de las materias.
Este aspecto metodológico representa
un “desencuentro curricular”, pues queda a la “mano de Dios” y a la suerte de
caer en manos de un docente comprometido. Si no sucede así, la perspectiva
educativa y los enfoques de los contenidos quedan en manos de la perspectiva
que las editoriales, a través de sus libros presentan; algunos con serias
deficiencias metodológicas y con desarrollos de contenidos con perspectivas obsoletas.
Igual sucede con los valores y contenidos que “bombardean” la educación
no formal que los jóvenes reciben de manera mediática.
¿Pareciera igual de utópico pensar que
la estructura formal del Estado tenga alguna injerencia en esas estructuras externas y donde aparentemente todas están desencontradas en
las perspectivas y objetivos que persiguen? ¿Dónde estaría el límite y dónde el
punto de encuentro para lograr consciencia en estos actores y especialmente
para lograr el efecto sensibilizador y conscientizador en los estudiantes y la sociedad, pero a partir
de escuchar y visibilizar las necesidades, intereses y perspectivas de los
jóvenes y de la sociedad para que ellos también sean agentes productores o
constructores sociales? −Es muy simple
organizativamente en teoría: “zapatero a tu zapato”: cada quien haciendo lo que
mejor hace y mediante una puesta transversal de perspectivas para encontrar la
mejor respuesta a la necesidad y calidad educativa en los jóvenes. O sea,
procesos participativos que potencien la experticia de cada actor involucrado
(que incluye a los jóvenes y a la sociedad) en aquello que hace mejor; pero con
aquellos elementos que respondan de manera convenida y coherentemente a esas
necesidades sociales y educativas de generación de consciencia y
sensibilización, que además, permitan desarrollar esa misma capacidad hacia el medio, desde la construcción de los mismos
estudiantes como agentes activos del proceso educativo y de la construcción
social. Es necesario vindicar la
capacidad reflexiva, sensible y creativa
de los jóvenes y de la sociedad.
Significa, también, que el Estado no
tiene, no tendrá, ni tiene por qué tener la capacidad de producción textual, de
cobertura y de recursos visuales que
tienen las editoriales y los medios de comunicación o la tecnología. Sería
iluso pensarlo, pero sí, el Estado tiene la obligación y debe tener la capacidad
para definir el modelo de país y las competencias que se requieren de los
estudiantes, a partir de la discusión y reflexión social –escuchando a la
sociedad−, para generar una nación con
un esquema de valores y proceso identatarios para con esa sociedad dentro de
toda la pluralidad de pensamiento. A partir de ahí, prevalece un llamado a los
aliados para acordar estrategias y provocar la reflexión y consciencia con un
impacto representativo.
Es así como para dar una respuesta efectiva
y de calidad deben establecerse alianzas, cada uno en su campo, pero sensibles
y comprometidos socialmente con los objetivos y la población meta: educación de
calidad para los jóvenes. El Estado en una función rectora puede provocar ese
encuentro de perspectivas entre los actores. Ya no es posible excluir a los
actores externos privados dentro de las discusiones sociales; la dinámica
actual y la diversidad y pluralidad de pensamiento lo exige y obliga. Reclama el encuentro.
La posmodernidad con sus
características de desencuentro social exige y obliga a una reflexión, en
cualquier espacio que se genere, hasta alcanzar la consciencia. La cultura y la educación deben tener como
norte la consciencia; esa que genera la capacidad social desde el Estado, los
promotores, los docentes, los beneficiarios directos e indirectos (en este
caso, estudiantes y sociedad civil).
Esa misma consciencia justa e
incluyente de la diversidad del pensamiento y la potenciación de capacidades
como un punto de encuentro para el desarrollo humano obliga al encuentro ético,
político y participativo, pero no como un elemento de totalización o de
aceptación de una verdad o del pensamiento absoluto, sino en el sentido que
define Bermejo (2005) de aceptación que implica internalizar la pluralidad, sin
ser totalitarista o represivo, ni absolutista, pues eso implicaría una
reducción o negación ética del potencial que tiene el pensamiento plural.
En palabras del mismo autor, “debe ser
una ética procedimental −no trascendental o material− que reconozca la
diferencia y la heterogeneidad como una condición de la contingencia” (p.165),
sin universalizar su contenido.
La cultura, el currículo educativo, e
incluyo también áreas como las expresiones artísticas y la literatura,
implican representaciones y perspectivas
que deben surgir desde la misma reflexión de su población meta (estudiantes y
sociedad civil). Ya no cabe, en la cultura y filosofía posmoderna, la
universalización de verdades: debe ser abierta a todas la posibilidades
reflexivas para generar conciencia y creer en las capacidades de construcción
social que poseen nuestros jóvenes y habitantes. Las estructuras: Estado, medios de
comunicación y aliados pedagógicos (como las editoriales y plataformas tecnológicas) deberán ser mecanismos y escenarios
para una construcción nacional, formadora y educadora; por lo tanto, ellos
cumplen una función relevante en las responsabilidad social para la reflexión y generación de consciencia, mediante
la entrega de productos provocadores de esos procesos sensibilizadores, en la
población.
Pareciera que es allá, al final de Cuesta de Moras, en la Plaza
de la Democracia, donde se intenta el
encuentro. En la acera enfrente se discute el desencuentro. Aquí afuera, en la
plaza, Jerónimo, don Félix y Cristalino[2] se abrazan y detienen a
esos otros que corren cada día −a esos quienes cada día intentan desesperados la búsqueda de ese encuentro y siempre producen las
respuestas−. Son ellos quienes reclaman en una sola voz que sean escuchados,
son ellos quienes realmente pueden dar respuestas de una sociedad mejor. Pero
siguen caminando…siguen caminando: se encuentran y desencuentran entre las
calles de San José.
Bibliografía
Bermejo, Diego. Posmodernidad: pluralidad y transversalidad
(2005). Barcelona: Anthropos Editorial, p.p. 180
Gracias al blog amigo del Ornitorinco me enteré de este otro. Tengo que volver avenir, para leer con calma, ahora me mata el cansancio y debo trabajar mañana.
ResponderEliminarPor el momento, ahí me apunté de seguidor. Emilia la invito a que usted, de vuelta, se apunte en mi blog con este blog (Palabra de Libélula)y enlazar nuestros "blogues" por Blogger. La espero. Un abrazo fraternal.