El lugar común


Emilia Fallas

         Hoy quiero poner en la mesa un tema tan odiado por los escritores (de cualquier género) que surge frente a la sentencia de nuestro lado de la crítica (me refiero a crítico a aquel que habla sobre una obra, sea lector, académico o estudioso) de “estás usando un lugar común o cliché”. Pareciera que dicha sentencia antepone una barrera entre el acto creador del escritor y el irrespeto de la crítica al asumir y sentenciar a la creación encajonada de imágenes literarias preconcebidas “formalmente” por los cánones literarios.

         Quizás la crítica y otros espacios de análisis —como la academia y los talleres literarios—, en efecto, históricamente han obedecido inevitablemente a cánones; e incluso modas literarias que, al igual que en los espacios comerciales, cruelmente descartan y desechan a quien no esté “in” esos cánones. Sin embargo, ¿cuál el verdadero sentido del término cliché o lugar común particularmente desde la función dialógica del texto? ¿En qué sentido debemos ver dicho concepto desde la crítica y desde la posición del autor?

         Primeramente, la imagen literaria ya no debe ser entendida solo como imágenes rebuscadas, impresionantemente elaboradas o con un vocabulario “sacado del cielo” para evitar el lugar común; no es en ese sentido que hoy debe ser entendida la imagen literaria (poética o narrativa). No importa si la construcción lingüística de la imagen nace de la simplicidad y cotidianidad del lenguaje, o bien, obedece a una elaboración más erudita —por decirlo de algún modo—. Lo que realmente interesa es la comunicación fresca, novedosa, innovadora que permita fluir el diálogo texto-lector y que los lleve a interactuar en un “lugar distinto”. En otras palabras, que le permita al lector encontrar ideas, escenarios, sensaciones nuevas; no importa el lenguaje —estructuralmente pensado— porque puede ser de muchas formas, sino el significado que esa palabra represente. Si significa algo que ya hemos escuchado, ese es el lugar común. No solo tiene que ver con el uso, ni con el estilo del signo utilizado; ni siquiera, con la tendencia o “moda” empleada. Digamos que la salida del lugar común obedece, entonces, a la fuerza de su significación dentro del diálogo texto-lector: a esa fuerza e innovación comunicativa.

         Ese diálogo forma, entonces, un texto nuevo que tampoco tiene que ver solo con imitación de autores que han precedido determinado género o subgénero literario —o sea, no tiene que ver tampoco con el remedo—, sino está más asociado con la diferenciación —no importa si relacionada con precedentes— pero que dentro de esa interrelación con otros escritores, pueda delimitarse muy bien la diferencia entre ambos estilos o creaciones.

        Un segundo elemento tiene que ver con el autor. Cuando el autor publica, o sea, cuando hace pública su obra, deja de ser autor para convertirse en texto. Por lo tanto, está obligado a establecer un diálogo con el lector y debe, necesariamente, madurar en su función de extensión comunicativa. El escritor no escribe para sí mismo, sino para sus lectores, que a su vez, exigen encontrar algo diferente, quizás no solo en el estilo —aunque esto es aún mejor—, sino en su significación. Por ejemplo, una imagen poética, puede ser tan cotidiana como la vida común de cualquier vecino, pero si no me provoca el traspaso con fuerza en el  pensamiento y sensaciones, entonces la imagen no trasciende o no provoca. Igual podría pasar con un acontecimiento en un libro de ciencia ficción. Si se queda en el acontecimiento en sí y en su relación con la ciencia, pero de ahí no pasa, entonces eso no impacta. Yo relaciono este concepto con la esencia del erotismo en la literatura de Octavio Paz: uno se sale de uno mismo para trascender en el otro.

         Esa madurez del autor significa también reconocer aquellas ideas e imágenes preconcebidas y, no importa si las usa, pero siempre que incorpore la diferencia: su diferencia, ya no a partir de él, sino del texto de la mano con esa función dialógica con el lector.
Es así, como la madurez de un escritor radica en ese desprendimiento de sí mismo y trasgrede en un escenario o lugar no común, ni para él ni para sus lectores, sino en un lugar nuevo que los identifique a ambos.

         El tercer elemento se relaciona con ¿qué hacemos desde la crítica? El segmento de reflexión sobre el hacer literario puede ser tan sano para apoyar esa creación fresca en los autores, como tan abrupta y humilladora como para enterrar a un autor antes de que madure. Asimismo, ¿cómo es que los críticos definimos los parámetros de los lugares comunes y encajonamos entre muros de cánones estéticos buenos o malos por la simple tendencia estética, en sí misma o por la construcción léxica y elementos formales?. Entonces, matamos toda suerte de libertad semántica en función de la simple formalidad.

         La crítica también debe madurar y eximirse de las modas. Estamos en una sociedad posmoderna plural, polifónica, plurisignificativa y no podemos, entonces, limitar los lugares comunes a estéticas “pasadas de moda” solamente. El pensamiento y la creación pueden ser cíclicos. La vindicación de estilos puede ser tan válida como la misma filosofía posmoderna lo demanda también: ya no hay un hilo conductor, hay múltiples —miles— de tendencias de pensamiento, y jamás, podrán cortar abruptamente con la historia literaria: sería negarnos de nuestra identidad y de las bases que han forjado nuestro pensamiento actual.

       Ahora bien, la crítica OBJETIVA cumple una misión relevante dentro del desarrollo literario también. Puede ser un apoyo importante para, con sus apreciaciones, permitir esa reflexión del autor y mejorar sus procesos dialógicos. La crítica objetiva puede ser un apoyo evaluador que permita al autor salirse de su ensimismamiento y visualizar herramientas para mejorar su diálogo con los lectores en un lugar distinto: en ese lugar que no es común pero que sí los acerca.

       La poética y narrativa costarricense pienso que están en un buen momento: hay —y en forma creciente— sensibilidad para la producción literaria, quizás como no ha habido una proliferación de autores anteriormente en Costa Rica. Este aumento nos puede llevar a muy buen término si maduramos en los procesos socio-culturales de construcción literaria, con una visión más participativa y colaborativa de todos quienes intervenimos en el proceso: autor, texto, lector, crítica, institucionalidad.

       No significa, tampoco, que “los otros” deban decir al autor cómo escribir y matar su propio estilo. Solo es un asunto de aprender a comunicarnos en ese encuentro de respuestas que la sociedad espera de un escritor trascendente, en un lugar que aún no ha sido frecuentado.

Comentarios

  1. Hace algunos años escribí un poema que se encuentra ahora perdido en el tiempo. Hablaba de alas descalzas y pinturas de amalgamados ritmos. Y un poeta nos dijo que éramos mediocres por usar lugares comunes como los que inician este párrafo.

    Muchos años antes, un profesor de español, enamorado de la música, me dijo que le gustaban mis poemas de principiante porque tenían música. Podían ser cadenas de palabras sin sentido ni rigor gramatical, pero que leídas de corrido hacían sentir un ritmo, una melodía. Si lograba que dichas palabras evocaran imágenes en el lector, podría incluso lograr una armonía.

    Entonces volví a ese presente, frente al poeta y su desprecio a mis letras, y le pregunté sobre la musicalidad. Me miró extrañado. No recuerdo el resto de la regañada, pero tenia como fondo la imperiosa necesidad de eliminar primero toda frase ya dicha por alguien famoso y luego pensar en esas tonterías de musicalidad.

    Muy posiblemente mis poemas aun tengan varios lugares comunes.¡Qué se le va a hacer!

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    1. Hola. En esto hay mucha tela que cortar, pero también hay que trabajar. No creo que la opción sea descartar las palabras. Sino trabajarlas y cohesionarlas muy bien con el texto. Revisar, revisar, corregir hasta que la imagen esté en armonía con el texto y con una nueva perspectiva.

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  2. En una noche oscura y tormentosa... ;) (Bienvenida al mundo de los blogs)

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  3. Jajaja Muchas gracias Laura, bienvenida :-)

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  4. El lugar común, o mejor clisé, siempre me ha parecido un desafío. Creo que todo autor consciente lo evita, y eso está bien; pero los buenos escritores saben que el lugar común es un recurso literario más, y su manejo una virtuosa fortaleza. Muchos escritores han logrado obras relevantes a partir de viejos clisés, resignificándolos, aprovechando su carga semiótica para lograr inversiones de sentido, giros, ironías, parodias, todas ellas llenas de gran valor y relevancia.

    Un ejemplo del lugar común es la literatura de género (novela negra, fantástica, horror, ciencia ficción, etc) y cuánta vitalidad posee, desde luego que mucha de ella se queda en el clisé y con el lector complaciente, pero nunca ha dejado de sorprender con magníficos giros que casi siempre comienzan con: "había una vez...", encontraron el cadáver en..." "en una lejana galaxia..."

    También están los lugares comunes en la poesía, (y qué complicado es esto) yo prefiero los giros coloquiales y lacónicos del exteriorismo (que tan bien sabe aprovecharse del lugar común) que del blindaje retórico de la poesía actual, en particular el rimbombante y rutilante ejercicio de "originalidad" del trascendentalismo. Pero en fin, si suena a bolero, seguramente es bolero.

    Saludos!

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