La importancia del apego a la expresión cultural en los procesos de resistencia y autonomía política y social en América Latina
La importancia del apego a la expresión cultural en los procesos de resistencia y
autonomía política y social en América Latina
**Emilia Fallas
**Emilia Fallas
“A partir de las guerras de independencia,
el tema
número uno del continente ha sido el de la
dependencia. Bien sea denunciándola o considerándola
favorable…”
—Marta Traba—
América Latina ha tenido una tradición
históricamente asociada con la pluralidad de culturas, pensamiento, formas de
vida, diversidad de las tradiciones y cultura ancestral, entre otros aspectos
que llevan a la heterogeneidad de pensamiento; así, como diversas son las sociedades que la
componen. De esta manera, las reflexiones culturales sobre de la autonomía e
identidad habían girado, por mucho
tiempo, alrededor de la unificación del pensamiento a partir de concepciones y
discusión de los temas nacionalistas versus las tendencias más liberales y
abiertas a la adopción de una cultura externa
con matices de intereses de la burguesía. Esto se da en todas las manifestaciones
culturales y literarias; sin embargo, la resistencia a la unificación y a la
dependencia también ha sido un frente notable en América Latina que, con
distintas perspectivas, lo aborda.
¿Qué tanto la cultura ha tenido influencia en la
misma naturaleza de las poblaciones para hacer cambios sociales y políticos en
los países? ¿Ha habido influencia, de alguna manera, de la cultura en sus
concepciones y prácticas de convivencia y
en la vida civil?
Responder esto lleva un proceso de
investigación, pero es posible partir de ciertas reflexiones alrededor de las
manifestaciones de la cultura, tanto en la producción artística y literaria. como en la cultura popular y los movimientos sociales y políticos que han
surgido en Latinoamérica, especialmente en el Cono Sur, pero también en México,
Guatemala y Nicaragua, por ejemplo.
Las relaciones de la cultura y la sociedad
deben ser visualizadas con la magnitud que el concepto tiene. No solo con la
producción artística —que también es relevante– sino, como un componente del
sistema. Así, en la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales en México
(1982), Najenson dice que la cultura es “el conjunto de los rasgos distintivos,
espirituales y materiales, intelectuales
y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”. Comprende las artes y las letras, los modos de vida,
los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las
tradiciones y las creencias” (Delgado y Camacho, 2010, p.25). Los mismos autores mencionan, más adelante, el
concepto de cultura autóctona y nacional; y hace referencia a un
conjunto muy heterogéneo de prácticas humanas
de intercambios y comunicaciones múltiples, pero con un sentido de identidad
históricamente cimentado, lo que permite diferenciaciones con otros pueblos y naciones del entorno y
señala, también, lo que los grupos
hegemónicos nacionales lograron imponerle a la totalidad, como el ideal de lo
que les es propio y perenne, pero a su vez lo que logró permanecer a pesar de
esa visión de grupo. (p. 25)
Ahora bien, dicen los mismos autores que “hablar del
concepto de cultura implicaría más de doscientas definiciones”; sin embargo,
interesa resaltar para estos efectos, el tema de la identidad desde la percepción histórica y
otro concepto asociado importante: la cultura de resistencia. Es fundamental
tenerlo en consideración cuando se reflexiona sobre la cultura latinoamericana,
pues está relacionado con esa naturaleza resistente que ha surgido de la misma
cultura histórica y ancestral de muchos pueblos, con diferentes
manifestaciones.
Mely González dice que -parafraseo- el concepto de cultura de la
resistencia no se encuentra claramente definido en los estudios de autores
cubanos y latinoamericanos —refiriéndose particularmente a las manifestaciones–,
sino diluido en los análisis del
problema de la identidad, la descolonización, la liberación, etcétera. Implícitamente,
este problema ha sido trabajado por diferentes investigadores al
adentrarse en el análisis de la llamada «teoría poscolonial». Tal
es el caso de Peter Hulme, al utilizar esta teoría como término para describir
un cuerpo de trabajo cuyo intento es romper con los supuestos colonialistas que
han marcado muchos de los proyectos de crítica política y cultural lanzado desde
Europa y Estados Unidos. Pero Hulme aprende y remodela estos proyectos
con el interés de analizar y resistir las redes imperiales que controlan gran
parte del mundo y, por ende, sus productos culturales.
Otras autoras, como Josefina Oliva de Coll y Domitila
Chungara, enfocan el problema de la resistencia a partir del
rechazo de las culturas indígenas a la conquista y la colonización. Hacen
énfasis en las diversas formas que presenta este rechazo, asumiéndolo como
prueba de que la población invadida no aceptó conscientemente la dominación de
sus territorios.
Así, la conceptualización de la cultura y su relación con los asuntos de
dependencia/independencia, identidades o desarraigo, universalización/mirada
hacia lo local, es probablemente el punto
sustancial de la discusión e influencia, de alguna manera también, en la
cultura “extendida” —o sea, no solo en el concepto de producción artística,
sino en la conservación de la historia y lo ancestral— que sustenta el quehacer
y dinámica de muchos pueblos, especialmente algunos con más arraigo como Ecuador,
Bolivia, México, Colombia e, incluso, Brasil.
Todos países con una discusión, además, más fuerte en los temas de
conservadurismo que, como dice Lechner,
busca defender el poder y orden contra el mercado y no con el mercado (s.f.,
p.226) y organizativamente vuelven los ojos a lo local (como Bolivia y Ecuador
a los temas indígenas y cultura ancestral).
Para
reflexionar sobre los temas de autonomía/independencia que, por un lado, surgen
de la idiosincrasia y cultura de los pueblos latinoamericanos, pero por otro,
surgen con una mayor provocación en forma paralela con los replanteamientos de
las democracias, oposiciones a las
ideas, reformas del mercado y discusiones alrededor del crecimiento, es
necesario valorar dos escenarios: los procesos de producción artística y los
procesos de vinculación política y modelos de desarrollo latinoamericano a
partir de la tradición ancestral y cultura popular.
El primer
elemento de la producción artística latinoamericana ha estado muy vinculado con
los procesos de discusión de las identidades, dependencia e independencia (históricamente)
y, quizás con mayor fuerza, que en Europa y el Norte; a pesar de que ambos,
forman parte directa, y se incluyen, en las
discusiones culturales.
Marta
Traba apunta que esa discusión ha estado un siglo reconociendo, y con obstinación,
el problema de dependencia; con la clara
confianza de los pensadores por “vencerla y superarla”, que va desde Martí
hasta Carlos Fuentes, pero que “nunca se podrá aspirar a las formas modernas de
la libertad” (2009, p.137).
La misma
autora hace un recuento de los procesos históricos vinculados con la producción
artística y cómo de esa contienda entre la dependencia e independencia que se
da en la producción cultural, que de alguna manera, desata y provoca con mayor
fuerza la cultura de la resistencia en Latinoamérica. A continuación parafraseo
y resumo ese panorama, porque considero muy vinculante con esa misma
caracterización ideológica, política y cultural que nace del mismo pueblo como
una forma ontológica y de práctica en la cultura popular también.
Menciona
Traba que
el pasaje de la modernidad a la
actualidad interpuso un nuevo y grave obstáculo, como fue el triunfo—dentro del
capitalismo y también del socialismo— de los códigos privados, mientras se
destruía paulatinamente la posibilidad de un código general. Tal situación,
acorde con las nuevas sociedades altamente industrializadas en una u otra zona,
no correspondía ni convenía a Latinoamérica, pero representó, no obstante, la
única alternativa de trabajo: la cultura subdesarrollada no ha sabido formular
hasta ahora una alternativa de los códigos privados.
El artista actual sigue siendo
burgués y continúa expresando el mundo de la burguesía… los ofrecimientos han
perdido atractivo para la burguesía desde el momento en que aparecieron
competidores más tácticos, complacientes y dispuestos a facilitarle la
ingestión de alimentos culturales más fáciles, así como todas las falsificaciones
literarias y artísticas que constituyen la industria cultural. (2009, p.137)
Así, ella señala
a “Amdré Gunder Franck que analiza el subdesarrollo latinoamericano:
comprobaríamos sin mucha dificultad que a mayor desarrollo, corresponde mayor
dependencia y mimetismo artístico” (P.139)
De esta
forma la autora plantea que ese vaivén entre la dependencia y la producción
complaciente hace florecer la cultura de la resistencia, aunque sea en el
“desierto”, en un campo cultural latinoamericano —desde la periferia—devastado
por la dependencia y que ha marcado de modo irrevocable toda la producción
creativa. Así, surgieron algunos artistas y escritores con las dinámicas
progresistas de la modernización dóciles a las minorías gobernantes, mientras
la producción artística iba perdiendo vitalidad creadora y degradación
cultural.
Sin embargo, también surge una
generación de artistas y escritores que corresponden a la cultura de la
resistencia: rechazaron la modernización refleja como una forma de impostura,
pero se sirvieron de los materiales lingüísticos modernos que se conocieron a
través de ella. Sortearon asimismo la degradación cultural, pero exploraron a
conciencia esta zona, considerándola una rica cantera de elementos
aprovechables. Las mejores obras de las artes plásticas continentales
funcionaron en este orden subversivo espontáneo, no programado por ningún grupo
de poder.
Esta línea resistente explora
por el lado de la relación con la cultura indígena en Perú y Ecuador; por el
recorte crítico o romántico de la realidad en Colombia; en México, por el
rechazo de una revolución frustrada y frustrante. La situación de América
Latina se balcaniza, pero este fenómeno, lejos de ser una desgracia, permite la
reevaluación de la región, por una parte, y por la otra el careo de la cultura
de la resistencia con el mimetismo que viene a reemplazar la buena conducta
epigonal de la generación precedente. De tales confrontaciones nace una conciencia más fundamentada del concepto de arte nacional y el descarte definitivo
de indigenismos y nativismos. (p.141)
Acontecimientos como la influencia norteamericana en los 60, la revolución
cubana con un sentido aún más subversivo, por la maltrecha y subyacente cultura
de la resistencia; en los 70 en Colombia se deciden por la provincia, el
subdesarrollo, la temática local, el desprecio frontal por la universalidad, el
rechazo de las modas, el orgullo de la identidad, entre otros acontecimientos
en varios países como Guatemala, Puerto Rico generan un cultura en la producción
artística más “imaginativa y crítica, con características de humo, desenfado,
desconfianza y ferocidad” (p.142).
De esta
forma, a partir de los años setenta, la toma de posición política subyace en el
proyecto global con una clara visión de independencia y las prácticas
artísticas insisten la independencia y la identidad como un acto político
en América Latina,. La cultura de la
resistencia se aproxima más a una visión crítica de los sistemas “lingüísticos
y estructurales” y, menciona la Traba, que “la construcción de símbolos y
metáforas, la tarea fáctica de elaboración del arte como lenguaje, están dados
en las obras latinoamericanas”.
Vista la cultura, ya no solo como producción artística,
sino en sus dimensiones social, política y económica (como modelo y
representación del pensamiento latinoamericano), es posible decir que entran en
juego también varios acontecimientos,
conceptos, variables y discusiones en los pueblos latinoamericanos que influyen
considerablemente: interiorizan y vinculan. Algunos de esos elementos culturales asociados con las bases populares, podríamos decir que se relacionan (aunque hay muchas variables más):
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Los temas y prácticas orientados hacia la interculturalidad
Los temas y prácticas orientados hacia la interculturalidad
- la construcción de la etnicidad
- regionalismo/ visión hacia la provincia o lo local
- identidad: debates por la autenticidad
- papel de las clases medias en la producción de la identidad nacional
- multilingüismo (rescate de lenguas indígenas)
- apego a lo territorial y a Pacha Mamma.
Cada uno
de esos temas requiere de una reflexión con un desarrollo extenso, que no haré por ahora, pero que son ejes que ya
son transversales en el planteamiento cultural que atraviesa también toda
práctica polítca y filosófica en los países latinoamericanos. Asimismo, con una
clara influencia de las ideas decoloniales que se fortalecen en el siglo XXI.
No en vano, entonces, todas las discusiones antes
mencionadas, se han consolidado como un componente fuerte en el pensamiento
latinoamericano y, ya sea, con el apego u oposición a las prácticas de
mercado. Así, se constituyen en
elementos culturales que han sido redefinidos y valorados fuertemente y
extendidos a todos los grupos sociales latinoamericanos; un “repensar en los
procesos políticos y modelos de desarrollo desde la perspectiva ya no
hegemónica del mercado, sino de los principios filosóficos, apego a la tradición
y necesidades de los pueblos.
Es posible ver manifestaciones claras de ese
posicionamiento cultural que ha repercutido incluso en los modelos políticos y
estructurales, por ejemplo, en países como Ecuador y Bolivia. Ellos han dado
consistencia a los valores o razones ontológicas a partir de lo ancestral,
donde predomina el bienestar común sobre el individual y la madre naturaleza se
constituye un sujeto más en la sociedad (una persona con derecho). Esta
expresión cultural genera una visión fresca y diferente de ver los modelos de
desarrollo. Rompe con el esquema capitalista de mercancías y establece un
modelo solidario con el cual se casa un pueblo (que cree, además fielmente, en
esos valores); hasta lograr un cambio incluso estructural como es la incorporación
de esas razones “ontológicas” en la Constitución que redefine el presidente
Correa en Ecuador. Asimismo, es posible
ver otra serie de ejemplos de discusiones y prácticas importantes
latinoamericanas como el tema de la etnicidad y grupos raciales en Colombia,
los replanteamientos en discusión de las políticas públicas a partir de las poblaciones migrantes, la
reforma educativa en Bolivia, desde la perspectiva territorial e indígena, la
educación bilingüe en Perú, etc. Todos
son escenarios que ya han creado representaciones semióticas, con y desde la cultura que se apega y vincula fuertemente
hacia el fortalecimiento de esa resistencia a los modelos de mercado y, cada
vez más, autónomos de una región que rescata su propia naturaleza y cultura.
Este es un tema que dejo aquí, por ahora, pero que
requiere de un estudio más profundo, pues Latinoamérica se ha convertido en un
ejemplo importante de una “reconstrucción” del modelo de los Estados y de la
región, desde y apoyado sustancialmente en las percepciones culturales; que
aunque esté lidiando entre las fuerzas del mercado, ha tenido repercusiones
notables de posicionamiento en diversas áreas y sectores en los países latinoamericanos,
que nunca han estado desvinculados con la historia misma latinoamericana:
historias de luchas sociales que, Francisco Zapata, claramente, también caracteriza en su
ensayo.
4. Bibliografía
Delgado, J. y. (2010). Diplomacia
dultural, educación y derechos humanos. México: Secretaría de Relaciones
Exteriores de México.
Fuller, N. (. ( 2003). Interculturalidad
y política. Desafíos y posibilidades. (N. Fuller, Ed.) Lima: Red para el
Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.
González, M. (enero-marzo
de 2001). Cultura de la resistencia. Concepciones teóricas y metodológicas
para su estudio. Islas, 43(127), 20-41. Obtenido de
http://cenit.cult.cu/sites/revista_islas/pdf/127_03_Mely.pdf
Traba, M. (diciembre de
2009). La cultura de la resistencia. Revista de Estudios Sociales No. 34(34),
136-145.
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